Artículo
Biografía de un árbol
A la sombra del Timbó
Por: Sebastián Korol
Esta es la historia de un árbol gigante, que sostuvo por décadas los lazos comunitarios de un pequeño pueblo de Misiones y fue derribado en 1976 por decisión arbitraria del entonces interventor municipal nombrado en la dictadura.

La selva misionera dio vida a diversas especies de árboles nativos que gracias al entorno y a las características del clima y suelo de la región se desarrollaron magníficamente. La ciudad de Jardín América, en la provincia de Misiones, se fundó y creció alrededor de un Timbó (Enterolobium contortisiliquum) que se destacaba por su inmenso tamaño, de más cuarenta metros.

Este árbol se convirtió en un símbolo para los jardinenses. Citas amorosas, punto de encuentro y descanso, parada de colectivos, actos oficiales, eventos políticos, reuniones y manifestaciones del Movimiento Agrario Misionero (MAM). Durante tres décadas, desde la fundación del municipio de Jardín América en 1946 hasta 1976, la imponente sombra del Timbó fue el espacio de encuentro social más importante de este pueblo misionero.

La campaña nacional “Plantamos memoria” promovida por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y numerosas organizaciones de Derechos Humanos se propuso plantar en todo el país treinta mil árboles nativos, para recordar a las víctimas del terrorismo de Estado.

En este marco, es oportuno evocar la historia de un árbol gigante, que fue derribado en 1976 por decisión arbitraria y unilateral del entonces interventor municipal: Juan Kalitko.

Otras desapariciones

Además de las desapariciones y asesinatos, el plan sistemático de robo de bebés y la imposición de un modelo económico a la medida de las corporaciones, durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástica en Argentina (1976-1983) se buscó eliminar todo aquello que sostuviera a los lazos socio-afectivos y comunitarios. Era parte del proyecto cultural que operaba detrás del accionar represivo, signado por el individualismo, la mercantilización y privatización de la vida social.

Se enfatizó en la idea de una sociedad “democrática, occidental y cristiana”, poblada por “argentinos y humanos” dispuestos a “recuperar los valores” desde una perspectiva moral conservadora, asociada al “respeto a la jerarquía y la autoridad”. Ese objetivo buscaba impactar en todas las esferas de la vida común por medio de acciones disciplinadoras que alteraban drásticamente las prácticas de la vida cotidiana personal, familiar y comunitaria.

Inmediatamente después de asaltar el poder del Estado, el 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas conjuntas, que se ponían al frente del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” difundieron su primera proclama, en la que manifestaron que durante esa nueva etapa desplegarían una acción regida por pautas determinadas “por medio del orden, del trabajo, de la observancia plena de los principios éticos y morales, de la justicia, de la realización integral del hombre, del respeto a sus derechos y dignidad”.

El régimen dictatorial dispuso la ejecución de ese plan cultural a través del sistema educativo, la propaganda y las industrias culturales. Pero, además, en los territorios, en una escala local, operaban singulares modalidades de intervención. La eliminación del Timbó significó, para muchos jardinenses, la interrupción violenta de un espacio y una forma especial de socialización, comunicación, identidad y ejercicio ciudadano.

Además de las desapariciones y asesinatos, el plan sistemático de robo de bebés y la imposición de un modelo económico a la medida de las corporaciones, durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástica en Argentina (1976-1983) se buscó eliminar todo aquello que sostuviera a los lazos socio-afectivos y comunitarios. Era parte del proyecto cultural que operaba detrás del accionar represivo, signado por el individualismo, la mercantilización y privatización de la vida social.

Se enfatizó en la idea de una sociedad “democrática, occidental y cristiana”, poblada por “argentinos y humanos” dispuestos a “recuperar los valores” desde una perspectiva moral conservadora, asociada al “respeto a la jerarquía y la autoridad”. Ese objetivo buscaba impactar en todas las esferas de la vida común por medio de acciones disciplinadoras que alteraban drásticamente las prácticas de la vida cotidiana personal, familiar y comunitaria.

Inmediatamente después de asaltar el poder del Estado, el 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas conjuntas, que se ponían al frente del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” difundieron su primera proclama, en la que manifestaron que durante esa nueva etapa desplegarían una acción regida por pautas determinadas “por medio del orden, del trabajo, de la observancia plena de los principios éticos y morales, de la justicia, de la realización integral del hombre, del respeto a sus derechos y dignidad”.

El régimen dictatorial dispuso la ejecución de ese plan cultural a través del sistema educativo, la propaganda y las industrias culturales. Pero, además, en los territorios, en una escala local, operaban singulares modalidades de intervención. La eliminación del Timbó significó, para muchos jardinenses, la interrupción violenta de un espacio y una forma especial de socialización, comunicación, identidad y ejercicio ciudadano.

Árbol comunitario

En 1990, el docente y escritor Antonio Faccendini publicó, en el número 5 de los Cuadernos jardinenseseditado por la Junta de Estudios históricos, sociales y literarios de Jardín América-, una crónica titulada “Nuestro árbol, el Timbó”. Allí reseña que ya en el relato de los pioneros del pueblo se da cuenta de la presencia y especial atención que recibió este extraordinario ejemplar de más de cuarenta metros de porte. El autor sostiene que, en cierta forma, la historia social del árbol se inicia el 7 de mayo de 1946 (día de la fundación de Jardín América) y expresa que:

«Desde aquel tiempo el Timbó comenzó a ser para propios y peregrinos referencia y señal, hito y mojón, dirección o guía, norte o faro, pero también fue posta, fue abrigo, fue sombra. También descanso, quietud, sosiego. También fue tribuna, parada de colectivos y hasta sostén de letreros de variada gama. Fue tan amplio su entorno que cabría preguntarse ¿Qué acontecimiento no lo tuvo por testigo?”

El árbol estaba ubicado en la intersección de las calles Bolivia y Aconcagua, en inmediaciones de la Ruta Nacional 12. Faccendini señala que en febrero de 1964 el árbol sufrió una fuerte descarga eléctrica que dañó parte de su ramaje superior. Acota que años más tarde “las obras del progreso” amenazaron la permanencia del árbol en dos oportunidades: la primera fue en 1967, cuando la empresa Techint realizaba obras de pavimentación; y la segunda en 1974 con los trabajos de prolongación del tendido de la línea eléctrica de 33 KV, a cargo de Electricidad de Misiones S.A. (EMSA).

En 1976, tras el golpe cívico-militar, fue nombrado interventor del municipio de Jardín América Juan Kalitko. Ese año, la Cooperativa de Servicios Públicos de Jardín América resolvió instalar caños para el trazado del tendido de la red de distribución de agua en la localidad. Mientras se realizaban las excavaciones para la colocación, la empresa contratada cortó varias raíces laterales del Timbó.

A partir de esa situación, Kalitko tomó como argumento el supuesto riesgo de caída del árbol y decidió, de manera unilateral, que se lo derribara inmediatamente. 

De las inmensas y profundas raíces del Timbó originario nació poco después un retoño. En agosto de 1986, justo cuando se cumplían diez años del talado, las autoridades municipales resolvieron trasladarlo al sector sudeste de la Plaza Colón, ubicada en el centro de la ciudad. Allí estuvo por algunos años con una placa señalizadora, pero después el árbol se secó y murió. 

Actualmente, del histórico ejemplar sólo se conserva un tronco que se encuentra en la Escuela 284 Comandante Tomás Espora. Fue Faccendini quien acercó la madera y luego la dirección de la institución educativa dispuso que se la use como pedestal de un  busto de Espora.

Albergados por su sombra

Un vecino relata que en los días de carnaval, para los fines de año, era el lugar de concentración: “Tirábamos cohetes, los pocos que había en esa época, y ahí nos juntábamos todas las familias para recibir el año. Éramos pocos en esa época y compartíamos entre todos los vecinos”.

Las familias jardinenses mencionan que bajo la sombra de este árbol “se hacían casi todos los mítines políticos, o las fiestas que había en Jardín América; era el lugar de concentración. Era prácticamente la madre de Jardín América, porque ahí venían los circos, y era su enorme tronco el lugar donde pegaban todos los carteles cuando había campaña política”. 

Otro poblador cuenta que “la peonada descansaba allí”. Y rememora que en los años 50 surgió la primera fábrica de laminado, que tenía 180 personas empleadas, en su mayoría ciudadanos paraguayos: “Ellos descansaban en la sombra, ataban sus caballos, compraban en los quioscos de alrededores y paraban a almorzar en el Timbó”. 

Los actos patrios del 25 de Mayo o del 9 de julio también se conmemoraban bajo esa sombra. Y allí se desarrolló, por primera vez, el Festival Infantil de Folklore, que inicialmente fue una peña y después dio origen a ese tradicional evento artístico de la ciudad. 

Muchos lugareños recuerdan a Jorge Cafrune cantando a los pies del Timbó. Y las reuniones del MAM, en las que miles de colonos se congregaban para reclamar precios justos para sus productos. Allí también vibraron los discursos de uno de los máximos dirigentes agrarios de la provincia: Pedro Peczak.

El estruendo más doloroso

Fue una mañana nublada de agosto de 1976. El rumor se dispersó rápidamente por el pueblo: las topadoras estaban junto al Timbó y lo iban a derribar. La reacción espontánea de un grupo de vecinos fue ir hasta el árbol. “La decisión ya está tomada”, les dijeron. Entonces resolvieron, a modo de protesta pacífica y despedida inesperada, realizar un abrazo simbólico.

Uno de ellos recuerda: “nos abrazamos unas doce personas para rodear al tronco del árbol, no podíamos hacer mucho porque no era un momento para manifestarse, estaban los militares en el poder. La gente lloraba, estaba emocionada, pero no se podía decir nada«.

Otro lugareño, también testigo de aquella jornada funesta, detalla que los operarios hicieron una escalera de tacuara muy alta. Trajeron casi ochenta metros de cable de acero, de casi cinco centímetros de grosor. Unieron dos tramos: por un lado se ataron con fuerza, uno por uno, “los brazos del árbol”; y en el otro extremo, sujetaron los cables al perno de la topadora.

“¡Cómo vibró el árbol cuando lo tensaron! Se llegó a mover la máquina con la tensión y se sacudió todo el árbol. Se quebraron todos los gajos secos que tenía bien arriba y quedó firme otra vez. ¡La potencia que tenía esa topadora! Era capaz de tumbar el árbol, pero el árbol no se entregó fácilmente… A la topadora le llevó más de dos horas sacar al tronco; tenía una púa de más o menos cuatro metros que entraba abajo, cuando le clavaba la púa, arañaba la tierra, cuando le quería levantar con la cuchilla, levantaba la parte de atrás de tractor, hizo un hoyo alrededor del árbol y no le podía levantar. ¡45 mil kilos no podían levantarle¡ ¡No le podían sacar! Tierra colorada: firme como piedra estaba eso”. 

Y una antigua pobladora refuerza: “No fue ni por ordenanza ni decreto sino que en esos tiempos estaba el gobierno de facto y ellos tomaban las decisiones y de un día para el otro te encontrabas con cada sorpresa… Ellos argumentaron después, con el tiempo, que se había secado y que le había caído un rayo y que resultaba peligroso para los habitantes de Jardín América. A mi manera de pensar no era eso, era como decir yo estoy acá, yo soy el poderoso, y lo que más nos dolía era eso porque no había otra cosa para derribar”.

La topadora

A pedido del interventor municipal la empresa Pinares Forestaciones prestó para el derribe una topadora Caterpillar d7 junto a su maquinista, un antiguo vecino de Jardín América. 

El conductor relata que fue su idea la de usar un cable para tensar y destaca que “el árbol cayó sin tumbar ningún cable”. Describe que “con una motosierra se abrió un corte en el tronco y cuando el motosierrista me indicó tiré la topadora. El árbol cayó al vacío, con la topadora saqué las raíces. Medio día estuvimos trabajando, muchísima gente vino a mirar, en un ratito el pueblo se enteró y se llenó de espectadores. Mas que el trabajo costó la técnica, no fue fácil semejante árbol volcar al vacío”. 

Consultado por las sensaciones que vivió ante la tarea encomendada, confiesa: “Fue un pedido municipal, lo hicimos a pedido, no fue decisión nuestra. Me dio mucha pena, mucha lástima. Pero era un árbol muy grande, que daba mucha sombra y entonces pensaba que cada tanto se caían pedazos de ramas secas y también eso era peligroso. La gente se sentaba sobre las raíces del árbol, y se comentaba un día va a ocurrir una desgracia con esas ramas que caen. Yo en aquel entonces tenía 34 años, ya no existen esos árboles tan grandes, me tocó ver varios ejemplares gigantes en el monte misionero…”

Pesar comunitario

Después de un arduo trabajo de los maquinistas y operarios, el gigante quedó tendido en la superficie. El impacto contra el suelo trituró las ramas en miles de pedazos. Ese día, durante muchas horas, la gente pasó a despedir a su árbol. Lloraban sobre sus restos, desconcertados y sin consuelo. Fue el ritual comunitario de despedida. 

“La impresión que te causa ver algo que no va a estar nunca más… caminamos por arriba del tronco. Se tiró el tronco en la cuneta y después se cortó en pedazos y nadie quería aserrar porque tenía muchos clavos, tenía clavos enormes porque pegaban los carteles de propagandas, hasta hoy no se donde fue a parar la madera”, comenta una vecina.

Un comerciante que tenía su local muy próximo al Timbó, expresa que fue “un disgusto y una amargura que nunca me olvido. Fue lo peor que me pudo haber pasado, pero no se podía hacer nada porque en ese gobierno si vos te rebelabas seguro que ibas preso con el árbol y todo, porque el árbol, pobrecito, no tenía nada que ver y después lo trozaron en pedazos para distribuirse como si fuera un trofeo”.

Y, emocionado, recuerda el abrazo colectivo: “Abrazamos un montón de personas, pero sí o sí estaban decididos que tenía que caer ese árbol, cueste lo que cueste. Dijeron que molestaba para el asfalto que iban a hacer doble camino y sin embargo fijate como esta la ruta en este momento, no existe doble mano, no existe nada. Ese árbol no molestaba en ese lugar”.

Autor

  • Sebastián Korol

    Posadas
    Lic. en Comunicación Social (UNaM), periodista e investigador (FHyCS-UNaM). Colabora con medios como @crisis_revista revista y @elcoheteluna. Entre 2009 y 2014 co-dirigió, junto a Sergio Alvez, la revista de investigación periodística Superficie. Le interesa la historia reciente, en particular las experiencias de militancia popular y el terrorismo de estado en Misiones y la región. Desde 2014 investiga junto al sociólogo Gabriel Kessler sobre los "crímenes del poder" ocurridos en la provincia. Se considera un cocinero profesional de reviro y chipa amasada.

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